lunes, 21 de junio de 2010

El retrato de Dorian Gray


Valoración: Floja

Desde que en 1913 Phillips Smalley realizase un corto sobre la novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, hasta esta versión actual de Oliver Parker, son muchas las adaptaciones que dicha novela ha conocido tanto en cine como en televisión. Aunque no las he visto todas, me atrevo a afirmar que la mejor fue la que llevó a cabo, en 1945, Albert Lewin (Pandora y el holandés errante), con un genial George Sanders (ganador del Oscar como secundario en Eva al desnudo) en el rol de amigo aristócrata del protagonista. Y posiblemente la de Oliver Parker rivalice con la de David Rosenbaum de 2004 (protagonizada por el conocido actor de Las Vegas y Transformes, Josh Duhamel) por ser la peor de todas.

Como director y guionista, Oliver Parker ya había acometido la tarea de adaptar al cine otras dos obras de Oscar Wilde (Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto) e incluso se atrevió, en su ópera prima, a llevar al cine la obra de Shakespeare, Otelo. Y francamente, he de reconocer que las tres son muy superiores a la película que nos ocupa. No sé si la causa será que Parker no es el responsable del libreto (misión que ha recaído en el debutante Toby Finlay) pero lo cierto es que he salido del cine bastante decepcionado.

Para empezar estamos ante un film de carácter netamente comercial, algo que no debería ser incompatible con la novela de Wilde, ya que da para mucho. Pero claro, si la película obvia todo el estudio y la profundidad que merece un personaje del calado de Dorian Gray, en favor de efectismos fáciles, sin sutilezas y cayendo en el error de mostrarlo todo sin dejar nada a la imaginación ni a la sugestión, rozando muy de pasada y sin profundidad asuntos como el "tempus fugit", el ansia, el odio o la venganza, el largometraje se asemeja más a las películas de sobremesa televisiva que a una producción cinematográfica.

En el apartado técnico decir que la puesta en escena es muy mejorable, ya que la atmósfera de la época resulta un tanto artificial. Por no hablar de los momentos en los que el protagonista da rienda suelta a sus vicios y depravaciones, secuencias que deberían ofrecer algo de terror o emoción en concepto del bien contra el mal, pero que simplemente se quedan en escenas de dudoso buen gusto. Considero que no hace falta ser vulgar para escenificar una vida repleta de excesos, pero claro, habría que incurrir en las mencionadas sutilezas de las que adolece todo el film y, posiblemente, los productores no estarían de acuerdo al considerar que sin sexo y violencia explícitos, el número de asistentes podría verse reducido.

Por último, sobre el elenco de actores decir que los secundarios Colin Firth (El diario de Bridget Jones, Un hombre soltero) y Ben Chaplin (La delgada línea roja, Poseídos) poco pueden hacer con unos personajes totalmente esquemáticos (y eso que Firth se esfuerza un poco más que el resto). Y sobre el protagonista, Ben Barnes (Las crónicas de Narnia, Stardust) simplemente decir que un nuevo miembro del museo de cera ha nacido, pues su inexpresividad es digna del mismísimo Orlando Bloom.

Es preferible volver a visionar la de 1945, que incluía momentos terroríficos como aquel en que se descubre el cuadro al final de la película. Si comparamos ambas situaciones en los dos films, descubriremos la diferencia entre una buena película de terror y una insustancial producción con un único afán: el recaudatorio.

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