El año 2008, en especial el último mes y medio, se estaba caracterizando por una gran mediocridad, pero ¿quién mejor que Clint Eastwood para acabar con esta mala racha? Dicho y hecho: en la primera de las dos películas que tanto esperábamos filmadas por este genio, Eastwood ha logrado llegar al corazón de todos los espectadores con este impecable relato basado en hechos reales, sobre una madre que busca desesperadamente a su hijo desaparecido.
Confieso que el drama no está entre mis géneros favoritos y, de la misma manera, cuando oigo hablar de acontecimientos tristes ocurridos en el pasado llevados a la ficción, suele planear sobre mi mente la sospecha de "telefilm televisivo de sobremesa". Sin embargo, como el cine es cuestión de talento y al inimitable Clint Eastwood le sobra, un relato que jamás me hubiera llamado la atención, en manos del inolvidable Harry el Sucio se convierte en una obra de arte imprescindible.
Una de las mejores virtudes de Eastwood es su trabajo con los actores. Aquí logra que todos creamos que Angelina Jolie es una intérprete excepcional, en un rol tan desgarrador como creíble y emocionante. La señora de Brad Pitt está acompañada por una sabia mezcla de veteranos y noveles cuyos personajes están perfectamente definidos: un implacable e injusto capitán de policía (Jeffrey Donovan de "Último aviso") que unido al siempre perverso Colm Feore (Las crónicas de Riddick) tratarán de hundir a la protagonista en favor de su corrupta comisaría de policía; un pastor show-man, encarnado por alguien de la talla de John Malkovich, convertido en azote implacable de la brutalidad policial; un abogado de gran altura moral que llena la pantalla en los pocos minutos en los que aparece (Geoffrey Pierson de "24") y, por último, los dos protagonistas de una trágica trama paralela, Michael Kelly y Jason Butler Harner que son, respectivamente, inspector de policía y asesino en serie.
Hay más actores con roles menores que terminan de completar una trama redonda con corrupción policial, asesinatos brutales, moralidad cuestionable y el amor de una madre, maravillosamente realizada con todo tipo de detalles, planos de estilo clásico, una estética perfecta y un dominio del pulso narrativo del que sólo es capaz el último gran clásico reconocido por el mundo del cine: Clint Eastwood.
Confieso que el drama no está entre mis géneros favoritos y, de la misma manera, cuando oigo hablar de acontecimientos tristes ocurridos en el pasado llevados a la ficción, suele planear sobre mi mente la sospecha de "telefilm televisivo de sobremesa". Sin embargo, como el cine es cuestión de talento y al inimitable Clint Eastwood le sobra, un relato que jamás me hubiera llamado la atención, en manos del inolvidable Harry el Sucio se convierte en una obra de arte imprescindible.
Una de las mejores virtudes de Eastwood es su trabajo con los actores. Aquí logra que todos creamos que Angelina Jolie es una intérprete excepcional, en un rol tan desgarrador como creíble y emocionante. La señora de Brad Pitt está acompañada por una sabia mezcla de veteranos y noveles cuyos personajes están perfectamente definidos: un implacable e injusto capitán de policía (Jeffrey Donovan de "Último aviso") que unido al siempre perverso Colm Feore (Las crónicas de Riddick) tratarán de hundir a la protagonista en favor de su corrupta comisaría de policía; un pastor show-man, encarnado por alguien de la talla de John Malkovich, convertido en azote implacable de la brutalidad policial; un abogado de gran altura moral que llena la pantalla en los pocos minutos en los que aparece (Geoffrey Pierson de "24") y, por último, los dos protagonistas de una trágica trama paralela, Michael Kelly y Jason Butler Harner que son, respectivamente, inspector de policía y asesino en serie.
Hay más actores con roles menores que terminan de completar una trama redonda con corrupción policial, asesinatos brutales, moralidad cuestionable y el amor de una madre, maravillosamente realizada con todo tipo de detalles, planos de estilo clásico, una estética perfecta y un dominio del pulso narrativo del que sólo es capaz el último gran clásico reconocido por el mundo del cine: Clint Eastwood.
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