El director de la magnífica El último rey de Escocia, Kevin Macdonald (escocés, por cierto) realiza esta magnífica adaptación al cine de la miniserie homónima de la BBC, centrada en el poder, la corrupción y el periodismo. McDonald demuestra un buen dominio de cámara con planos secuenciales y hermosas tomas aéreas, que aseguran una buena factura visual de la película. Pero esto no es lo mejor de esta imponente producción.
De entrada observamos un metraje largo, pero hay que tener en cuenta que había que condensar seis capítulos de un relato político con muchísimas implicaciones. Sin embargo, la habilidad de los guionistas para contar una trama absorbente, sabiendo cómo dosificar el volumen de información para no resultar confusa, además del empleo de un frenético ritmo narrativo (con un estilo similar en algunos aspectos a Zodiac) y el impecable montaje final de Justine Wright, confieren a la obra el dinamismo suficiente como para que nadie se aburra con su visionado.
Además el filme cuenta con personajes perfectamente definidos y muy bien interpretados, incluso por parte de Ben Affleck, que si bien nunca está a la altura de Russell Crowe, mejora bastante las mediocres interpretaciones a las que nos tiene acostumbrados. Crowe está perfecto en su rol de periodista de la vieja escuela, alguien que todavía cree que su denostada profesión es algo más que los índices de ventas, mostrándose continuamente en pos de la verdad. Completan el reparto la atractiva Rachel McAdams (Vuelo nocturno), el cómico Jason Bateman (logrará que esbocemos más de una sonrisa con un papel a mitad de camino entre las relaciones públicas y la juerga desenfrenada) y tres veteranos que no necesitan presentación: Hellen Mirren, Jeff Daniels y Robin Wright Penn.
En definitiva, una película absolutamente recomendable que todavía nos hace recuperar la fe a quienes creemos que en el siglo XXI todavía se puede hacer buen cine.
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