David Fincher es un cineasta de un talento prodigioso. Seven, The game, El club de la lucha y Zodiac refrendan este hecho. Las películas de Fincher no sólo desprenden calidad técnica por todos los lados, con una escuela que parece aprendida del maestro Brian de Palma, sino que además suelen impactar tanto por la temática de las mismas como por sus espectaculares giros argumentativos, basadas siempre en guiones impecables.
El curioso caso de Benjamin Button no es una excepción en su obra. Todo lo contrario, ya que me atrevería a afirmar que es su mejor película, una obra de arte basada en un complejo guión que nos narra la vida de un extraño ser que nace anciano para ir rejuveneciendo con el paso de los años, aderezando la historia con hechos reales como el ataque a Pearl Harbor o los inicios de la NASA en cuanto a lanzamientos de cohetes se refiere.
Pero hay más, ya que el maravilloso libreto escrito por Eric Roth (guionista entre otras de Forrest Gump y Munich) no para de introducir todo tipo de símbolos acerca del inexorable paso del tiempo, así como inteligentes mensajes de reflexión acerca de la vida en forma de voz en off, ya que la película está contada desde el punto de vista de un narrador omnisciente, que va leyendo un diario escrito por el protagonista.
Es aquí donde hablamos de Brad Pitt, actor fetiche de Fincher (ha aparecido ya en tres de sus películas) que brilla con luz propia en una de las mejores interpretaciones de toda su carrera. Pitt logra que su personaje desprenda un punto de ternura con el que fácilmente conectará con el espectador, mientras va descubriendo por sí mismo los misterios de la vida: amor y desamor, ilusión y decepción, éxito y fracaso, alegría y desazón... Todo ello para culminar en una de las historias románticas más originales que se recuerdan, con una excepcional Cate Blanchett como partenaire, actriz que parece sacada del Hollywood de mediados del siglo XX, ya que con su porte, su saber estar y su presencia en pantalla, emula a la perfección a las grandes estrellas de aquella época, al estilo Garbo, Hayworth o Hepburn.
Para que un relato de esta duración (más de dos horas y media) no se haga tedioso, Fincher introduce pequeñas tramas paralelas. Unas tienen que ver directamente con la historia y otras no. A destacar el cambio de ritmo que supone su pequeño ensayo acerca de la importancia del azar en la vida, consiguiendo en apenas cinco minutos lo que resultó prácticamente imposible a Paul Thomas Anderson en aproximadamente dos horas de metraje en Magnolia.
Por último hablaremos de los detalles: La perfecta técnica de cámara de Fincher, utilizando todo tipo de planos desde todos los puntos de vista posibles, para ofrecernos las beldades de ciudades tan importantes como París o Nueva York; efectos especiales de lo más realistas capaces de mostrar la intensidad de un combate en plena Segunda Guerra Mundial; la perfecta ambientación en decorados y localizaciones; pero, sobre todo, el extraordinario maquillaje que es, sin duda, lo mejor que se ha visto en mucho tiempo.
Fincher llama a la puerta del Oscar con esta conmovedora y extraordinaria maravilla acerca de la vida, capaz de evocar todo tipo de sentimientos. Lamentablemente el año pasado asistimos a la caída de estos premios al permitir votar a demasiada gente, tanta que el ganador acaba siendo elegido como si del festival de Eurovisión se tratara: sin atender a calidad ni a merecimientos.
De momento es la única película que ha logrado superar el buen hacer de Clint Eastwood en El intercambio, convirtiéndose en el mejor film con diferencia del año, toda una obra maestra que invita a quien la ve a pararse ante el mundo y gritar: ¡Qué grande es el cine!
El curioso caso de Benjamin Button no es una excepción en su obra. Todo lo contrario, ya que me atrevería a afirmar que es su mejor película, una obra de arte basada en un complejo guión que nos narra la vida de un extraño ser que nace anciano para ir rejuveneciendo con el paso de los años, aderezando la historia con hechos reales como el ataque a Pearl Harbor o los inicios de la NASA en cuanto a lanzamientos de cohetes se refiere.
Pero hay más, ya que el maravilloso libreto escrito por Eric Roth (guionista entre otras de Forrest Gump y Munich) no para de introducir todo tipo de símbolos acerca del inexorable paso del tiempo, así como inteligentes mensajes de reflexión acerca de la vida en forma de voz en off, ya que la película está contada desde el punto de vista de un narrador omnisciente, que va leyendo un diario escrito por el protagonista.
Es aquí donde hablamos de Brad Pitt, actor fetiche de Fincher (ha aparecido ya en tres de sus películas) que brilla con luz propia en una de las mejores interpretaciones de toda su carrera. Pitt logra que su personaje desprenda un punto de ternura con el que fácilmente conectará con el espectador, mientras va descubriendo por sí mismo los misterios de la vida: amor y desamor, ilusión y decepción, éxito y fracaso, alegría y desazón... Todo ello para culminar en una de las historias románticas más originales que se recuerdan, con una excepcional Cate Blanchett como partenaire, actriz que parece sacada del Hollywood de mediados del siglo XX, ya que con su porte, su saber estar y su presencia en pantalla, emula a la perfección a las grandes estrellas de aquella época, al estilo Garbo, Hayworth o Hepburn.
Para que un relato de esta duración (más de dos horas y media) no se haga tedioso, Fincher introduce pequeñas tramas paralelas. Unas tienen que ver directamente con la historia y otras no. A destacar el cambio de ritmo que supone su pequeño ensayo acerca de la importancia del azar en la vida, consiguiendo en apenas cinco minutos lo que resultó prácticamente imposible a Paul Thomas Anderson en aproximadamente dos horas de metraje en Magnolia.
Por último hablaremos de los detalles: La perfecta técnica de cámara de Fincher, utilizando todo tipo de planos desde todos los puntos de vista posibles, para ofrecernos las beldades de ciudades tan importantes como París o Nueva York; efectos especiales de lo más realistas capaces de mostrar la intensidad de un combate en plena Segunda Guerra Mundial; la perfecta ambientación en decorados y localizaciones; pero, sobre todo, el extraordinario maquillaje que es, sin duda, lo mejor que se ha visto en mucho tiempo.
Fincher llama a la puerta del Oscar con esta conmovedora y extraordinaria maravilla acerca de la vida, capaz de evocar todo tipo de sentimientos. Lamentablemente el año pasado asistimos a la caída de estos premios al permitir votar a demasiada gente, tanta que el ganador acaba siendo elegido como si del festival de Eurovisión se tratara: sin atender a calidad ni a merecimientos.
De momento es la única película que ha logrado superar el buen hacer de Clint Eastwood en El intercambio, convirtiéndose en el mejor film con diferencia del año, toda una obra maestra que invita a quien la ve a pararse ante el mundo y gritar: ¡Qué grande es el cine!
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