domingo, 1 de noviembre de 2009

Drácula


Valoración: Interesante

Los estudios Universal gozaron de un gran esplendor en los años treinta, destacando la cantidad de películas de genero de terror que produjeron. De esta época (1931) es Drácula, adaptación cinematográfica de la obra homónima de Bram Stoker, realizada por Tod Browning, director, entre otras, de La parada de los monstruos y La marca del vampiro.

Para muchos, ésta es una de las mejores versiones del mito de Drácula. Con grandes influencias del romanticismo y del expresionismo alemán, nos narra la historia de un vampiro que llega a Londres a causa de unos asuntos comerciales. Una vez allí, su sed de sangre dejará un rastro que pondrá tras su pista al inteligente doctor Van Helsing, que tratará de acabar con él (es decir, la historia que todos conocemos).

En mi opinión, el relato va perdiendo fuerza conforme avanza el metraje. La espesa y claustrofóbica atmósfera de la parte de Transilvania es deslumbrante, así como los decorados del castillo y la oscura fotografía. Una vez en Londres, el problema es que parece que uno no haya salido del país de los Balcanes, ya que todo es muy similar. Entiendo que hay que tener en cuenta la precariedad de los medios en aquellos años, pero ello no es óbice para el facilón desenlace en el tramo final, algo impensable tratándose de un ser tan poderoso y peligroso como el Conde Drácula.

En cuanto a los actores, tres destacan por encima de todos: Bela Lugosi, con una caracterización fascinante del temible vampiro (en especial sus ojos), Edward Van Sloan como el inteligente Van Helsing y Dwight Frye, quien posiblemente lleva a cabo la mejor interpretación de todo el reparto, encarnando al loco Renfield.

Mucho se ha dicho, escrito y filmado, desde entonces, sobre el mito de los vampiros en general y de Drácula en particular. Por ello, creo que para el amante del género esta cinta es de obligado visionado, simplemente para recordar una época en la que estos Nosferatu no eran inmunes ni al agua bendita ni a los crucifijos ni a los espejos. Y es que todo evoluciona en esta vida, hasta la ficción.

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