En 1931, James Whale (para conocer algo de su vida recomiendo el visionado de Dioses y monstruos) llevó por primera vez a la gran pantalla la archiconocida novela de Mary Shelley El doctor Frankenstein.
Llevar al cine una obra tan importante como la novela en cuestión es complicado, sobre todo a principios de los años treinta, época en la que las películas duraban poco más de una hora y los medios eran limitadísimos (aunque, a tenor de las barbaridades cometidas hoy en día a cuenta de los efectos especiales, no sé qué es mejor).
Pero esta película no debe juzgarse a partir del libro, sería un error. Considerada una de las obras cumbres del género, narra la obsesión de un científico por crear vida, con el fin de emular a Dios (hecho que, por cierto, acarreó las protestas de numerosos sectores religiosos de la época, así como su prohibición países como Suecia, Italia o la antigua Checoslovaquia).
Tras un prólogo inicial de Edward Van Sloan advirtiendo de la historia de terror que nos van a contar (por cierto, prólogo añadido a posteriori para acallar las protestas comentadas en el párrafo anterior) nos sumiremos en un relato sobre la vida y la muerte, el poder de dar la vida y sus consecuencias, el problema de la ignorancia en el mundo real y lo terrible que puede resultar una población encolerizada.
A destacar, además de la magnífica atmósfera conseguida, las interpretaciones de Boris Karloff como el monstruo, convirtiéndose en todo un icono del género y Colin Clive como el doctor Frankenstein, con momentos absolutamente sublimes, alternando locura y raciocinio en función de lo que pedía su personaje.
Llevar al cine una obra tan importante como la novela en cuestión es complicado, sobre todo a principios de los años treinta, época en la que las películas duraban poco más de una hora y los medios eran limitadísimos (aunque, a tenor de las barbaridades cometidas hoy en día a cuenta de los efectos especiales, no sé qué es mejor).
Pero esta película no debe juzgarse a partir del libro, sería un error. Considerada una de las obras cumbres del género, narra la obsesión de un científico por crear vida, con el fin de emular a Dios (hecho que, por cierto, acarreó las protestas de numerosos sectores religiosos de la época, así como su prohibición países como Suecia, Italia o la antigua Checoslovaquia).
Tras un prólogo inicial de Edward Van Sloan advirtiendo de la historia de terror que nos van a contar (por cierto, prólogo añadido a posteriori para acallar las protestas comentadas en el párrafo anterior) nos sumiremos en un relato sobre la vida y la muerte, el poder de dar la vida y sus consecuencias, el problema de la ignorancia en el mundo real y lo terrible que puede resultar una población encolerizada.
A destacar, además de la magnífica atmósfera conseguida, las interpretaciones de Boris Karloff como el monstruo, convirtiéndose en todo un icono del género y Colin Clive como el doctor Frankenstein, con momentos absolutamente sublimes, alternando locura y raciocinio en función de lo que pedía su personaje.
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