Grant Heslow, conocido más como actor secundario (Mentiras arriesgadas, El rey Escorpión) que como realizador, dirige Los hombres que miraban fijamente a las cabras, su segundo largometraje (esperemos que sea el último).
Estamos ante una comedia absurda, que hereda muchas, tal vez demasiadas, cosas de los hermanos Coen. No soy precisamente admirador de dichos cineastas, pero hay que reconocer que tienen su público y será por algo. Lo que está claro es que el film que nos ocupa es netamente inferior a cualquiera de los realizados por los Coen.
El guión, basado en el best-seller de Jon Ronson, es un desastre. Su autor, Peter Straughan (Nueva York para principiantes) relata esta incoherente historia desde el punto de vista de Ewan McGregor, que interpreta a un periodista que cree haber descubierto la noticia del siglo acerca del uso de lo paranormal en el ejército (sólo diciendo esto se le quitarán a muchos las ganas de verla). Utilizar a alguien como McGregor, un actor que ni transmite ni ofende, de hilo argumental, no es un comienzo muy esperanzador. Si además lo que cuenta es una caótica relación de hechos, con múltiples flash-backs desde los años sesenta hasta el conflicto en Irak y que no resulta otra cosa que una aglomeración de chistes forzados, sin gracia alguna, que rayan en lo excéntrico, el resultado final es un plomizo e insoportable aburrimiento.
Pero la cosa no queda ahí. ¿Cómo es posible desaprovechar el talento de Kevin Spacey, Jeff Bridges o George Clooney de esta manera? Los tres interpretan a personajes de los que se podía haber sacado mucho más jugo en un contexto que mezcla al ejército con la parapsicología, la psicodelia hippie y Star Wars (sí, habéis leído bien, Star Wars y no me he tomado ninguna pastillita azul).
Podríamos seguir hablando de la falta de estilo en la filmación, de las fallidas parodias new age, de las pobres caracterizaciones... Pero basta una frase con la que podemos simplificar la película: falla porque no consigue su propósito. Toda comedia debería, como mínimo, hacer reír al espectador. Sin embargo ésta sólo invita a Morfeo. Avisados estáis.
Estamos ante una comedia absurda, que hereda muchas, tal vez demasiadas, cosas de los hermanos Coen. No soy precisamente admirador de dichos cineastas, pero hay que reconocer que tienen su público y será por algo. Lo que está claro es que el film que nos ocupa es netamente inferior a cualquiera de los realizados por los Coen.
El guión, basado en el best-seller de Jon Ronson, es un desastre. Su autor, Peter Straughan (Nueva York para principiantes) relata esta incoherente historia desde el punto de vista de Ewan McGregor, que interpreta a un periodista que cree haber descubierto la noticia del siglo acerca del uso de lo paranormal en el ejército (sólo diciendo esto se le quitarán a muchos las ganas de verla). Utilizar a alguien como McGregor, un actor que ni transmite ni ofende, de hilo argumental, no es un comienzo muy esperanzador. Si además lo que cuenta es una caótica relación de hechos, con múltiples flash-backs desde los años sesenta hasta el conflicto en Irak y que no resulta otra cosa que una aglomeración de chistes forzados, sin gracia alguna, que rayan en lo excéntrico, el resultado final es un plomizo e insoportable aburrimiento.
Pero la cosa no queda ahí. ¿Cómo es posible desaprovechar el talento de Kevin Spacey, Jeff Bridges o George Clooney de esta manera? Los tres interpretan a personajes de los que se podía haber sacado mucho más jugo en un contexto que mezcla al ejército con la parapsicología, la psicodelia hippie y Star Wars (sí, habéis leído bien, Star Wars y no me he tomado ninguna pastillita azul).
Podríamos seguir hablando de la falta de estilo en la filmación, de las fallidas parodias new age, de las pobres caracterizaciones... Pero basta una frase con la que podemos simplificar la película: falla porque no consigue su propósito. Toda comedia debería, como mínimo, hacer reír al espectador. Sin embargo ésta sólo invita a Morfeo. Avisados estáis.
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