¿Qué tienen en común Tom Cruise, Michelle Pfeiffer, Eddie Murphy, Halle Berry y Will Smith? Muy sencillo: deben de haber hecho un pacto con el diablo ya que el paso de los años no parece afectarles lo más mínimo. Pero no es el grupo más selecto al que pertenece Cruise, ya que también forma parte del de grandes intérpretes injustamente ninguneados por la torpe Academia de Hollywood, como Kirk Douglas, Ralph Fiennes, Edward Norton o Bruce Willis, quienes nunca han visto recompensadas sus impecables interpretaciones con la cada vez más devaluada estatuilla dorada.
¿Por qué hablar tanto de Tom Cruise antes de abordar la película que nos ocupa? Porque si todo el elenco de actores que participa en este proyecto se hubiera implicado tanto como él, la película habría ganado muchísimos enteros en intensidad, la cual no aparece hasta el último tercio del metraje.
No es posible que tramar un atentado contra nada más y nada menos que Hitler, en plena Segunda Guerra Mundial, se lleve a cabo con tan poca tensión. Así tenemos a Bill Nighy (el señor de los vampiros de Underworld) en una actuación que carece por completo de alma, a pesar de encarnar a uno de los personajes que más tenía que perder si se descubría el complot para acabar con el Führer. Tom Wilkinson (Full Monty) tampoco resulta creíble en su rol de oficial despreciado por el alto mando y Terence Stamp (el villano de Superman 2) se muestra frío y carente de sentimientos. Por si esto fuera poco, Kenneth Branagh, el único que podría haber seguido el buen hacer de Cruise, queda relegado del argumento a un plano excesivamente secundario.
Quien sí se mueve como pez en el agua es el actor de origen alemán Thomas Kretschmann, a quien se le va a quedar cara de oficial nazi tras repetir dicho papel en Stalingrado, U-571, El pianista, El hundimiento y Eichmann. Al menos él sí parecía propio en su menester, al igual que David Bamber (El caso Bourne) como Adolf Hitler.
El caso es que entre lo mal entendido de algunos caracteres y lo fácil que resultaba al protagonista reclutar a adeptos para algo tan "sencillo" como intentar acabar con uno de los mayores genocidas de la historia, Bryan Singer (X-Men) ha fracasado a medias en su intento de crear un thriller, ya que sólo logra alcanzar la incertidumbre y angustia que exige dicho género en el tramo final, el cual, eso sí, consigue dejar un buen sabor de boca.
Esto nos invita a una reflexión: ¿qué habría sucedido si la media hora de calidad se hubiese visto al principio del film en lugar de en el desenlace? El cine se mueve mucho por sensaciones y, desde luego, un buen final puede arreglar un importante desaguisado. Desafortunadamente no ha sido tan bueno como para que, al terminar de ver Valkiria, el espectador no se sienta defraudado al no cumplirse las expectativas generadas.
¿Por qué hablar tanto de Tom Cruise antes de abordar la película que nos ocupa? Porque si todo el elenco de actores que participa en este proyecto se hubiera implicado tanto como él, la película habría ganado muchísimos enteros en intensidad, la cual no aparece hasta el último tercio del metraje.
No es posible que tramar un atentado contra nada más y nada menos que Hitler, en plena Segunda Guerra Mundial, se lleve a cabo con tan poca tensión. Así tenemos a Bill Nighy (el señor de los vampiros de Underworld) en una actuación que carece por completo de alma, a pesar de encarnar a uno de los personajes que más tenía que perder si se descubría el complot para acabar con el Führer. Tom Wilkinson (Full Monty) tampoco resulta creíble en su rol de oficial despreciado por el alto mando y Terence Stamp (el villano de Superman 2) se muestra frío y carente de sentimientos. Por si esto fuera poco, Kenneth Branagh, el único que podría haber seguido el buen hacer de Cruise, queda relegado del argumento a un plano excesivamente secundario.
Quien sí se mueve como pez en el agua es el actor de origen alemán Thomas Kretschmann, a quien se le va a quedar cara de oficial nazi tras repetir dicho papel en Stalingrado, U-571, El pianista, El hundimiento y Eichmann. Al menos él sí parecía propio en su menester, al igual que David Bamber (El caso Bourne) como Adolf Hitler.
El caso es que entre lo mal entendido de algunos caracteres y lo fácil que resultaba al protagonista reclutar a adeptos para algo tan "sencillo" como intentar acabar con uno de los mayores genocidas de la historia, Bryan Singer (X-Men) ha fracasado a medias en su intento de crear un thriller, ya que sólo logra alcanzar la incertidumbre y angustia que exige dicho género en el tramo final, el cual, eso sí, consigue dejar un buen sabor de boca.
Esto nos invita a una reflexión: ¿qué habría sucedido si la media hora de calidad se hubiese visto al principio del film en lugar de en el desenlace? El cine se mueve mucho por sensaciones y, desde luego, un buen final puede arreglar un importante desaguisado. Desafortunadamente no ha sido tan bueno como para que, al terminar de ver Valkiria, el espectador no se sienta defraudado al no cumplirse las expectativas generadas.
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