Recuerdo haber visto por televisión la final del mundial de rugby de 1995 entre Suráfrica y Nueva Zelanda. En aquel momento para mí sólo fue un evento deportivo y he de reconocer que, como fan de Jonah Lomu, me disgusté cuando Nueva Zelanda perdió el partido.
Quince años después Clint Eastwood ofrece la misma final, explicando todas las connotaciones que conllevó aquel campeonato y, curiosamente, me convierto en un Spring Bok más. Es lo que pasa cuando la historia te la cuenta un genio de la narración cinematográfica como él.
Eastwood demuestra en Invictus muchas de las cosas que le han convertido en un excepcional cineasta: una historia bien contada con una puesta en escena encomiable, tanto en las secuencias de los partidos como en los abundantes detalles con los que nos regala la vista.
Se ha criticado esta película por centrarse demasiado en el aspecto deportivo, ya que el libro de John Carlin en el que está basada, profundizaba mucho más en los esfuerzos de Mandela para unir a negros y blancos tras cuarenta años de appartheid. Y sí, he de reconocer que el guión de Anthony Peckham (un no muy hábil escritor, como demuestran sus trabajos en Ni una palabra y Sherlock Holmes) tiene luces y sombras. El aspecto épico-deportivo está perfectamente explicado, ahondando en los diferentes estados de ánimo por los que atraviesa un deportista de élite. Sin embargo, el aspecto político queda muy por debajo de las posibilidades que esta historia ofrecía.
Pero Eastwood es un maestro tanto en realización como en preparación de actores, las dos principales bondades de esta película. Sobre la filmación, el realismo con el que Eastwood rueda acciones típicas del rugby como placajes, tácticas defensivas, golpes de castigo, ensayos, pases atrás o incluso la temible danza neozelandesa, es sobresaliente.
Y sobre los actores, ¿qué decir de Morgan Freeman? En una de sus mejores interpretaciones, Freeman efectúa un elogiable trabajo dando vida a Nelson Mandela. La forma de moverse, la de hablar, los gestos... Una auténtica gozada.
No es lo mejor que ha hecho Clint Eastwood, cierto. Hay mucho más de oficio que de brillantez, pero ¿cuántos directores de hoy en día cuentan con ese oficio? ¿Cuántas veces salimos del cine con la satisfacción de haber visto una película de calidad? Eastwood tiene tan alto el listón que sus peores películas son filmes que otros ni siquiera sueñan con poder realizar. Y eso hace que el bueno de Harry el Sucio siempre sea un valor seguro.
Quince años después Clint Eastwood ofrece la misma final, explicando todas las connotaciones que conllevó aquel campeonato y, curiosamente, me convierto en un Spring Bok más. Es lo que pasa cuando la historia te la cuenta un genio de la narración cinematográfica como él.
Eastwood demuestra en Invictus muchas de las cosas que le han convertido en un excepcional cineasta: una historia bien contada con una puesta en escena encomiable, tanto en las secuencias de los partidos como en los abundantes detalles con los que nos regala la vista.
Se ha criticado esta película por centrarse demasiado en el aspecto deportivo, ya que el libro de John Carlin en el que está basada, profundizaba mucho más en los esfuerzos de Mandela para unir a negros y blancos tras cuarenta años de appartheid. Y sí, he de reconocer que el guión de Anthony Peckham (un no muy hábil escritor, como demuestran sus trabajos en Ni una palabra y Sherlock Holmes) tiene luces y sombras. El aspecto épico-deportivo está perfectamente explicado, ahondando en los diferentes estados de ánimo por los que atraviesa un deportista de élite. Sin embargo, el aspecto político queda muy por debajo de las posibilidades que esta historia ofrecía.
Pero Eastwood es un maestro tanto en realización como en preparación de actores, las dos principales bondades de esta película. Sobre la filmación, el realismo con el que Eastwood rueda acciones típicas del rugby como placajes, tácticas defensivas, golpes de castigo, ensayos, pases atrás o incluso la temible danza neozelandesa, es sobresaliente.
Y sobre los actores, ¿qué decir de Morgan Freeman? En una de sus mejores interpretaciones, Freeman efectúa un elogiable trabajo dando vida a Nelson Mandela. La forma de moverse, la de hablar, los gestos... Una auténtica gozada.
No es lo mejor que ha hecho Clint Eastwood, cierto. Hay mucho más de oficio que de brillantez, pero ¿cuántos directores de hoy en día cuentan con ese oficio? ¿Cuántas veces salimos del cine con la satisfacción de haber visto una película de calidad? Eastwood tiene tan alto el listón que sus peores películas son filmes que otros ni siquiera sueñan con poder realizar. Y eso hace que el bueno de Harry el Sucio siempre sea un valor seguro.
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