sábado, 29 de mayo de 2010

Legión


Valoración: Muy mala

¿Conocéis una serie de televisión titulada Sobrenatural? Versa sobre dos hermanos que, moviéndose al margen de la ley, hacen frente al mal en todos sus estados. En la cuarta temporada comienzan a aparecer ángeles y se disputa una guerra entre éstos y un grupo de demonios, con los Winchester (los hermanos en cuestión) en el centro del meollo. Pues bien: cualquier capítulo de la citada temporada es muchísimo mejor que este bodrio lamentable llamado Legión, ópera prima de Scott Stewart, responsable de los efectos visuales de películas tan espectaculares como La jungla 4.0, Iron Man o la mítica Blade Runner. Curiosamente este film descuida bastante el apartado técnico, con una puesta en escena similar a la serie B y secuencias de acción con tantos planos por segundo, que aburren y marean más que otra cosa.

Legión es una película que no hay por donde cogerla (no me extraña que haya tardado más de la cuenta en emitirse en nuestro país). De entrada el argumento es, más o menos, el siguiente: Dios está harto de la humanidad y envía a una legión de ángeles para borrar al hombre de la faz de la tierra. Y digo más o menos porque ángeles, como tales, sólo envía a uno: el grandote Kevin Durand que últimamente aparece como secundario en todos los sitios (Perdidos, El tren de las 3:10, Lobezno, Robin Hood...).

El guión es una colección de clichés mal montados. Para empezar, todo recuerda de un modo sospechoso a otra serie de televisión titulada Ángeles y Demonios (nada que ver con el sobrevalorado Dan Brown). Después tenemos un inicio a lo Acorralado (hasta hay diálogos haciendo referencia a Rambo, por si no nos enterásemos debido al sopor que destila todo el relato). Parte del desarrollo parece una mala adaptación de Terminator, ciertos efectos son semejantes a La momia, algunos intentos de golpe de humor son tristes parodias de Terroríficamente muertos, aparecen personas poseídas gateando como en El exorcista y parte del final evoca, de alguna manera, a Aliens, aunque no precisamente a la maestría de su director, James Cameron.

Unimos la total ausencia de ritmo, los bochornosamente poco inteligentes diálogos, la torpe y poco conseguida mezcla de géneros (acción, terror, western y apocalipsis) y el poco interés que desprende la repetitiva historia de un grupo heterogéneo de personas encerradas, tratando de sobrevivir (el 90% del metraje se desarrolla en una gasolinera en medio del desierto) y obtenemos el peor guión de 2010 hasta la fecha.

Pero si el libreto es horrible, el elenco de actores se mueve por los mismos derroteros. Por un lado tenemos a dos "distinguidos" miembros del club de la rigidez facial: Lucas Black (A todo gas 3, Locos en Alabama) y Tyrese Gibson (A todo gas 2, Death Race); por otro lado Dennis Quaid (El chip prodigioso, Un domingo cualquiera) encarna el prototipo de veterano venido a menos, desgraciadamente de moda en Hollywood, con capacidad únicamente para poner cara de mala uva. Y, desde luego, no podían faltar un par de atractivas jóvenes sin talento, como Adrianne Palicki (curiosamente apareció en cuatro episodios de Sobrenatural) y Willa Holland (O.C., Gossip girl) mucho más pendientes de lucir poses que de interpretar.

Pero ninguno es comparable al protagonista, un Paul Bettany cuya imagen, armado hasta los dientes, resulta patética. De hecho, con su currículum (Destino de caballero, El misterio de Wells, Wimbledon, Firewall, El código Da Vinci...) habría que poner una señal de alarma sobre su nombre, como aviso de peligro cada vez que aparezca en el reparto de una película.

Aunque hay que reconocer que al menos hay una actriz que se salva, en una más que honrosa interpretación de una mujer adinerada, cuyo personaje tiene una transición de inicial pija protestona a madre preocupada y aterrorizada. Hablamos de Kate Walsh, más conocida por los fanáticos de Anatomía de Grey o Sin cita previa como la doctora Addison Montgomery.

Así pues ni acción, ni entretenimiento, ni método, ni calidad, ni miedo, ni interés ni nada de nada, sólo un brutal aburrimiento que no llega a desesperar al no exceder los cien minutos. El que avisa no es traidor.

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