Stephen Sommers ha tenido el dudoso honor de adaptar cinematográficamente G.I. Joe, aquellos famosos juguetes creados en su día por Hasbro, que tanta fama adquirieron entre los más peques de la casa.
Como sobre la película no hay mucho que decir, me vais a permitir que me detenga brevemente en su director. Tras Deep Rising, una entretenida aventura de monstruos con más acción que terror, Sommers dio el salto a la fama con La momia, tras la cual, uno pensaba que a dicho realizador se le podían exigir películas por encima de la media. Después llegaron Van Helsing y la tercera parte de La momia y descubrimos, por desgracia, que lo de Sommers fue flor de un día.
Pero Sommers ha tenido algo de fortuna: su película se ha estrenado casi al mismo tiempo que Transformers 2, de forma que resulta casi imposible hablar de una sin mencionar a la otra. Y claro, la producción de la factoría Spielberg fue tan nefasta, que cualquier cosa a su lado parece mínimamente decente.
¿Similitudes entre ambas? Muy sencillo: muchísimas explosiones, vertiginosas persecuciones con rocambolescos giros de cámara que terminan por dar dolor de cabeza, en unaMegan Fox y en la otra Sienna Miller y Rachel Nichols, diálogos carentes de imaginación y un argumento destinado no ya a adolescentes, como pasa con la saga de Harry Potter, sino directamente a un público netamente infantil.
¿Diferencias? La principal es que el filme de Sommers dura media hora menos, lo cual es muy de agradecer. La segunda son los actores secundarios, que consiguen sacar algo de chispa a sus limitados personajes, destacando Arnold Vosloo (La momia, 24), Christopher Eccleston (Doctor Who) o el simpático cameo que Brendan Fraser efectúa en mitad de la película. Lamentablemente los principales, como el sobrevalorado Channing Tatum o el nada gracioso Marlon Wayans (que no llega a la suela del zapato a su hermano Damon, quien tuvo el privilegio de coprotagonizar El último boy scout), no valen gran cosa.
Como digo, creo que he visto G.I. Joe con mejores ojos de los que debería por aquello de que en mi mente todavía estaba muy fresca la tortura a la que Spielberg y Michael Bay me sometieron con Transformers 2. De todos modos, pienso en James Cameron y en la cantidad de posibilidades que habría obtenido de cualquiera de ambos filmes y me dan ganas de echarme a llorar.
Como sobre la película no hay mucho que decir, me vais a permitir que me detenga brevemente en su director. Tras Deep Rising, una entretenida aventura de monstruos con más acción que terror, Sommers dio el salto a la fama con La momia, tras la cual, uno pensaba que a dicho realizador se le podían exigir películas por encima de la media. Después llegaron Van Helsing y la tercera parte de La momia y descubrimos, por desgracia, que lo de Sommers fue flor de un día.
Pero Sommers ha tenido algo de fortuna: su película se ha estrenado casi al mismo tiempo que Transformers 2, de forma que resulta casi imposible hablar de una sin mencionar a la otra. Y claro, la producción de la factoría Spielberg fue tan nefasta, que cualquier cosa a su lado parece mínimamente decente.
¿Similitudes entre ambas? Muy sencillo: muchísimas explosiones, vertiginosas persecuciones con rocambolescos giros de cámara que terminan por dar dolor de cabeza, en unaMegan Fox y en la otra Sienna Miller y Rachel Nichols, diálogos carentes de imaginación y un argumento destinado no ya a adolescentes, como pasa con la saga de Harry Potter, sino directamente a un público netamente infantil.
¿Diferencias? La principal es que el filme de Sommers dura media hora menos, lo cual es muy de agradecer. La segunda son los actores secundarios, que consiguen sacar algo de chispa a sus limitados personajes, destacando Arnold Vosloo (La momia, 24), Christopher Eccleston (Doctor Who) o el simpático cameo que Brendan Fraser efectúa en mitad de la película. Lamentablemente los principales, como el sobrevalorado Channing Tatum o el nada gracioso Marlon Wayans (que no llega a la suela del zapato a su hermano Damon, quien tuvo el privilegio de coprotagonizar El último boy scout), no valen gran cosa.
Como digo, creo que he visto G.I. Joe con mejores ojos de los que debería por aquello de que en mi mente todavía estaba muy fresca la tortura a la que Spielberg y Michael Bay me sometieron con Transformers 2. De todos modos, pienso en James Cameron y en la cantidad de posibilidades que habría obtenido de cualquiera de ambos filmes y me dan ganas de echarme a llorar.
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