Mis peores temores se han hecho realidad con la sexta entrega de Harry Potter: lo que escribió J.K. Rowling en sus libros apenas si importa a los responsables de la Warner; lo realmente esencial es hacer la guerra a Crepúsculo, la cual, a pesar de contar una calidad ínfima, (insultante diría yo para quienes amamos el género de los vampiros) parece haber arrebatado a gran parte de los seguidores del universo Potter.
Siguiendo esa línea de actuación, el desordenado y caótico guión adaptado de Steve Kloves mezcla torpemente ligoteos, escarceos amorosos y besuqueos gratuitos con momentos dramáticos que van en la línea de la trama principal, con un resultado final bastante lamentable, ya que parece que los protagonistas están hechizados para olvidar, cuando lo creen conveniente, el grave peligro que se cierne sobre Howarts y sus vidas. No entiendo lo de Kloves, ya que fue bastante hábil escribiendo el libreto de las tres primeras entregas. ¿Será que no tiene personalidad y ahora simplemente transcribe lo que ordenan los productores? Posiblemente pase lo mismo con el director, David Yates: ¿contrató la Warner a un realizador sin personalidad, para que fuese un títere que diera el visto bueno a un producto prefabricado de antemano y no pusiera pegas?
Sea como fuere el desastre es total. Por un lado, la taquilla ha bajado. Sí, resulta que la última película de Harry Potter sólo funcionó bien el primer fin de semana en lo que a ventas se refiere. Por otro, considero una grave falta de respeto hacia el cinéfilo, que sólo aquellas personas que hayan leído el libro puedan entender ciertos aspectos sobre Voldemort que quedan sin explicación (y eso que el metraje es superior a dos horas y media) u otras secuencias que uno difícilmente puede hilvanar sin conocer la novela en cuestión.
Ya comenté en las críticas de las partes anteriores, que las películas de Harry Potter ganaban cuando la trama se oscurecía, llegando a sus mejores cotas con El prisionero de Azkabán, de Alfonso Cuarón. Después la cosa cambió en favor de lo que la Warner entiende que va a gustar al público adolescente (al que, por lo visto, tienen en muy poca estima). Iluso de mí, ante la calidad del sexto libro de J.K. Rowling, que explora de forma magistral las interioridades de Voldemort desde su infancia, creí que la saga volvería por los derroteros de Cuarón, pero mi gozo en un pozo.
Y ahora, como se acaba el chollo Harry Potter (sólo hay siete novelas y ya van seis producciones) los amigos de la Warner han decidido hacer dos películas del último libro, a pesar de que no es excesivamente extenso. Pensar en el aburrimiento que vamos a padecer si la línea a seguir es la misma (y viendo que el responsable será nuevamente David Yates es lo que parece), resulta mucho más aterrador que mil Voldemorts juntos. Esperemos, por aquello de que la taquilla ha bajado, que se lo tomen más en serio el año que viene.
Siguiendo esa línea de actuación, el desordenado y caótico guión adaptado de Steve Kloves mezcla torpemente ligoteos, escarceos amorosos y besuqueos gratuitos con momentos dramáticos que van en la línea de la trama principal, con un resultado final bastante lamentable, ya que parece que los protagonistas están hechizados para olvidar, cuando lo creen conveniente, el grave peligro que se cierne sobre Howarts y sus vidas. No entiendo lo de Kloves, ya que fue bastante hábil escribiendo el libreto de las tres primeras entregas. ¿Será que no tiene personalidad y ahora simplemente transcribe lo que ordenan los productores? Posiblemente pase lo mismo con el director, David Yates: ¿contrató la Warner a un realizador sin personalidad, para que fuese un títere que diera el visto bueno a un producto prefabricado de antemano y no pusiera pegas?
Sea como fuere el desastre es total. Por un lado, la taquilla ha bajado. Sí, resulta que la última película de Harry Potter sólo funcionó bien el primer fin de semana en lo que a ventas se refiere. Por otro, considero una grave falta de respeto hacia el cinéfilo, que sólo aquellas personas que hayan leído el libro puedan entender ciertos aspectos sobre Voldemort que quedan sin explicación (y eso que el metraje es superior a dos horas y media) u otras secuencias que uno difícilmente puede hilvanar sin conocer la novela en cuestión.
Ya comenté en las críticas de las partes anteriores, que las películas de Harry Potter ganaban cuando la trama se oscurecía, llegando a sus mejores cotas con El prisionero de Azkabán, de Alfonso Cuarón. Después la cosa cambió en favor de lo que la Warner entiende que va a gustar al público adolescente (al que, por lo visto, tienen en muy poca estima). Iluso de mí, ante la calidad del sexto libro de J.K. Rowling, que explora de forma magistral las interioridades de Voldemort desde su infancia, creí que la saga volvería por los derroteros de Cuarón, pero mi gozo en un pozo.
Y ahora, como se acaba el chollo Harry Potter (sólo hay siete novelas y ya van seis producciones) los amigos de la Warner han decidido hacer dos películas del último libro, a pesar de que no es excesivamente extenso. Pensar en el aburrimiento que vamos a padecer si la línea a seguir es la misma (y viendo que el responsable será nuevamente David Yates es lo que parece), resulta mucho más aterrador que mil Voldemorts juntos. Esperemos, por aquello de que la taquilla ha bajado, que se lo tomen más en serio el año que viene.
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