martes, 10 de agosto de 2010

El imaginario del doctor Parnassus


Valoración: Pasable

El célebre miembro de los Monty Python, Terry Gilliam (Doce Monos, Brasil) dirigió en 2009 esta historia acerca de un circo ambulante, cuyo máximo responsable ha hecho un pacto con el diablo. Sin embargo, a diferencia del mito de Fausto, no ha vendido su alma, sino la de su hija.

Bajo esta premisa, Gilliam nos ofrece un relato pleno de colorido e imaginación, aunque tal vez excesivamente barroco, en el que las formas importan mucho más que el argumento. No es que éste no exista, pero está narrado de una manera un tanto caótica, como si el devenir de la historia no importase demasiado. Para mí es el gran fallo de una película que, narrada de otra manera, profundizando más en los diferentes personajes, habría ganado muchísimos enteros.

El rodaje fue muy difícil, en especial por el fallecimiento de Heath Ledger, que ya había protagonizado bastantes escenas. Una de ellas, con su personaje colgando de un puente, parecía trágicamente premonitoria. No es mi intención trivializar con la muerte de un ser humano, pero he de observar que Gilliam solventó la triste pérdida del actor de una manera sublime, haciendo interactuar el mundo real y el imaginario a través de un espejo, de forma que Ledger encarna a su personaje en el plano de existencia de un Londres frío e inhóspito, mientras que en el otro lado, pleno de decorados al más puro estilo Tim Burton, veremos sus diferentes personalidades a través de tres actores distintos: Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrel, quienes superan ampliamente en interpretación al difunto Ledger (lo siento mucho, pero es así).

Del resto del elenco destacar al veteranísimo Christopher Plummer (Sonrisas y lágrimas, Lobo) como el anciano Doctor Parnassus, un hombre que debe llevar encima el peso de una vida longeva con la carga que supone haber jugado con el alma de su única hija, una no muy solvente Lily Cole (Supercañeras). En cuanto al villano,el cantante Tom Waits (lo recordaréis por encarnar el papel de Renfield en Drácula de Bram Stoker) efectúa una humorística versión del diablo que lo convierte en, posiblemente, el mejor personaje de toda la obra.

Al final, cuando uno puede ver la película en su conjunto, nos damos cuenta de que este oscuro cuento acerca del duelo mantenido durante siglos entre el diablo y el dueño de una troupe de circo, no es más que una excusa para que Gilliam haga un homenaje a algunos de sus grandes momentos cinematográficos, ya que encontraremos sin dificultad alusiones a Los héroes del tiempo, Las aventuras del barón Munchausen e incluso de Tideland. ¿Autocomplacencia, ego desmedido o simplemente ganas de pasárselo bien? No sé la razón de esta excesiva catarata de imágenes, movimientos violentos de cámara y sonidos, pero tengo clara una cosa: es una película a la medida de los fans de Gilliam. El resto, posiblemente, terminará saturado.

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