viernes, 3 de septiembre de 2010

Karate Kid: el momento de la verdad


Valoración: Buena

En 1984, el director de Rocky, John G. Avildsen, filmó Karate Kid, una especie de visión juvenil de su Rocky Balboa, sólo que con menos sangre y sin nadie gritando aquello de "Adrieeeeen".

Obviando las similitudes con la mencionada Rocky (que son muchas más que compartir director), estamos ante la historia de Daniel Larusso, un joven extrovertido que en su intento por adaptarse a una nueva ciudad, tiene la "fortuna" de ligar con la ex-novia del líder de una cuadrilla de matones. Para evitar que reciba palizas día sí, día también, un anciano oriental llega a un trato: lo dejarán en paz siempre y cuando Daniel se inscriba en un campeonato de karate, en el que participan todos ellos.

¿Cómo algo tan poco original se convirtió en un éxito? Tres continuaciones, una serie de dibujos animados, el remake que se estrena estos días... Además tiene otro problema y es que no puede sobrevivir por la calidad exhibida en los combates, hecho gracias al que suelen acogerse estas producciones (Van Damme sabe mucho sobre este particular). Sin embargo puede que ahí radique la gracia, en su realismo, ya que un joven que jamás ha dado un puñetazo en su vida, no puede convertirse en un maestro del karate de la noche a la mañana (grave error en el que se ha incurrido en la actual producción de Will Smith).

Otro punto a su favor son los poco ortodoxos métodos de enseñanza del profesor Miyagi, un técnico de mantenimiento que resulta ser todo un maestro en artes marciales. A partir de actos cotidianos como fregar suelos o pintar vallas, Miyagi enseña a su discípulo que las artes marciales son una forma de vida y no elementos de violencia. Frases como "dar cera, pulir cera" quedaron grabadas a fuego en toda una generación que disfrutó de las peripecias del joven Larusso, interpretado por Ralph Macchio (quien ya no volvió a hacer nada destacable en cine) y de su maestro Miyagi (Pat Morita, fallecido el 24 de noviembre de 2005 en Las Vegas).

A pesar de que, como ya hemos dicho, es lógico que Daniel no se convierta en un as del karate de la noche a la mañana, los combates son de lo peor que se ha visto en cine, pero no sólo por la falta de técnica, sino por el inadecuado ritmo, así como el previsible hacer de Avildsen: el protagonista siempre va perdiendo al principio para luego, milagrosamente, recuperarse (igualito que en la saga Rocky).

El secreto está en no ver Karate Kid como una película de artes marciales, ya que el fondo es mucho más importante que las peleas: la relación paterno-filial entre un anciano sin familia y un chico sin padre, el pequeño romance entre éste y la bella Elizabeth Shue (bien narrado, sin excesos y sin incurrir en pasteladas de ninguna clase), ciertas escenas inolvidables como la mítica patada de la grulla, los amaneceres en la playa o la ocurrencia de cazar moscas con palillos, la recurrente banda sonora de Bill Conti y el mensaje de que en la vida, por fuerte que sea la caída, hay que hacer todo lo posible por levantarse, hicieron de Karate Kid un film que, sin ser ni mucho menos una gran película, marcó a toda una generación.

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