Diez años después del éxito cosechado por la primera entrega de Pesadilla en Elm Street, Wes Craven decidió reconciliarse con New Line Cinema retomando su célebre personaje de Freddy Krueger. El problema era que, en el film anterior de la saga, habían matado de una manera definitiva a este memorable villano.
¿Cómo solucionar este pequeño inconveniente? Craven tuvo una idea brillante basada en un argumento típico de otros géneros: cine dentro del cine. Así, la película nos situaba a actores, director y productores, todos ellos interpretándose a sí mismos, en el año de estreno del nuevo film (1994). Resultaba curioso ver en pantalla a los propios Wes Craven (director, guionista y productor ejecutivo) y Robert Shaye (productor ejecutivo) tratando de convencer de nuevo al elenco original para que apareciese en una nueva Pesadilla en Elm Street.
A partir de aquí la cosa se complica, ya que los miembros del equipo de rodaje, incluídos los responsables de la parte técnica, empiezan a tener horribles pesadillas. Cuando muere el primero de ellos, comienza a planear la sospecha de que Freddy Krueger, como encarnación del mal, ha logrado traspasar los límites de la ficción para hacer de las suyas en el mundo real.
La idea de Craven fue bastante ingeniosa. En el film, él sueña con las secuencias antes de escribir cada capítulo del nuevo guión y, mientras tanto, éstas se van cumpliendo. El problema es que una vez superada la premisa inicial, el libreto no aprovecha al máximo todas su posibilidades, convirtiéndose en una continuación más, eso sí, con un relato mucho más propio del género de terror que las bromas que supusieron las partes cinco y seis.
Quizá el problema es que la historia se centra demasiado en Heather Langenkamp y su hijo, interpretado por Miko Hughes (Mercury Rising, Poli de guardería). Si Robert Englund (como sí mismo, claro) o John Saxon hubieran tenido más calado en la trama, creo que la película habría ganado muchos más enteros. Pero el guión peca de poca profundidad en ese aspecto, dejando una sensación de "lo que pudo haber sido y no fue".
Otro aspecto negativo es lo poco que aparece Freddy Krueger. Se vislumbran sus actos, uno siempre lo tiene presente, pero salvo en el tramo final, nunca es el verdadero protagonista.
Uno siempre tendrá esa espinita clavada de un guión al que le faltó algo de trabajo, sin embargo volver a disfrutar con alguna que otra secuencia memorable (a destacar las de la autopista y todo lo sucedido en el hospital), paladear una vez más la tensión de aquellos que saben que si se duermen morirán y asistir de nuevo a un tratamiento serio y novedoso de Freddy Krueger, mereció la pena.
¿Cómo solucionar este pequeño inconveniente? Craven tuvo una idea brillante basada en un argumento típico de otros géneros: cine dentro del cine. Así, la película nos situaba a actores, director y productores, todos ellos interpretándose a sí mismos, en el año de estreno del nuevo film (1994). Resultaba curioso ver en pantalla a los propios Wes Craven (director, guionista y productor ejecutivo) y Robert Shaye (productor ejecutivo) tratando de convencer de nuevo al elenco original para que apareciese en una nueva Pesadilla en Elm Street.
A partir de aquí la cosa se complica, ya que los miembros del equipo de rodaje, incluídos los responsables de la parte técnica, empiezan a tener horribles pesadillas. Cuando muere el primero de ellos, comienza a planear la sospecha de que Freddy Krueger, como encarnación del mal, ha logrado traspasar los límites de la ficción para hacer de las suyas en el mundo real.
La idea de Craven fue bastante ingeniosa. En el film, él sueña con las secuencias antes de escribir cada capítulo del nuevo guión y, mientras tanto, éstas se van cumpliendo. El problema es que una vez superada la premisa inicial, el libreto no aprovecha al máximo todas su posibilidades, convirtiéndose en una continuación más, eso sí, con un relato mucho más propio del género de terror que las bromas que supusieron las partes cinco y seis.
Quizá el problema es que la historia se centra demasiado en Heather Langenkamp y su hijo, interpretado por Miko Hughes (Mercury Rising, Poli de guardería). Si Robert Englund (como sí mismo, claro) o John Saxon hubieran tenido más calado en la trama, creo que la película habría ganado muchos más enteros. Pero el guión peca de poca profundidad en ese aspecto, dejando una sensación de "lo que pudo haber sido y no fue".
Otro aspecto negativo es lo poco que aparece Freddy Krueger. Se vislumbran sus actos, uno siempre lo tiene presente, pero salvo en el tramo final, nunca es el verdadero protagonista.
Uno siempre tendrá esa espinita clavada de un guión al que le faltó algo de trabajo, sin embargo volver a disfrutar con alguna que otra secuencia memorable (a destacar las de la autopista y todo lo sucedido en el hospital), paladear una vez más la tensión de aquellos que saben que si se duermen morirán y asistir de nuevo a un tratamiento serio y novedoso de Freddy Krueger, mereció la pena.
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