En 1991 Rachel Talalay debutaba en la dirección cinematográfica con la que, supuestamente, iba a ser última entrega de las andanzas del cada vez menos temible y más cómico Freddy Krueger. El resultado fue tan malo que no es de extrañar que Talalay, tras dos mediocridades más de bajo presupuesto (Ghost in the machine, Tank Girl) se pasara al mundillo de la televisión para encontrar trabajo.
La serie de Pesadilla en Elm Street iba cuesta abajo y sin frenos. Si la quinta parte ya resultó inferior a las anteriores, ésta llegó a tocar fondo. El argumento vuelve a indagar acerca de los orígenes de Freddy Krueger, cambiando con total desfachatez e impunidad partes de su pasado, como el motivo por el que comenzó a matar a los hijos de los habitantes de Elm Street.
El argumento nos sitúa en Springwood, localidad en la que sólo queda vivo un menor de edad (el resto, como podéis suponer, ha yacido a manos de Krueger). Freddy quiere valerse de ese chico para introducirse en las pesadillas de adolescentes de otros lugares y así continuar matando. Después se complica un poco con la aparición en escena de su propia hija (obviando por completo todo lo sucedido en la quinta, donde parecía tener un hijo) aunque al final todo se reduce a lo siguiente: chavalitos que se quedan dormidos con una facilidad pasmosa (ya no hay tensión por el hecho de intentar mantenerse despiertos, simplemente cierran los ojos a conveniencia del libreto) a los que Freddy atormenta, acosa e insulta de forma soez y poco original (sólo se salva una secuencia que tiene como protagonista al audífono de un chico que padece de sordera).
Se supone que el aspecto fuerte de la película eran los efectos especiales, con un último tramo en tres dimensiones (sí, ya existían antes de ahora) más irrisorio que otra cosa (el momento en que desde la película avisan al público de que debe usar las gafas para disfrutar del 3D es patético). Sin embargo, los efectos de sonido tipo dibujos animados hacen que uno jamás pueda tomarse en serio esta producción. De hecho, entre el sonido y la pandilla en furgoneta que trata de resolver un misterio sobrenatural, parece que estamos ante una versión grotesca de las aventuras de Scooby Doo en lugar de visionando una película de terror.
Atendiendo al título, la película parecía estar confeccionada como colofón al mítico Freddy Krueger. Incluso durante los títulos de crédito finales se homenajea a toda la saga con sus mejores y más impactantes imágenes. Sin embargo, Wes Craven debió de pensar que su gran creación no merecía un final tan esperpéntico (con el paso del tiempo Krueger había pasado de ser un formidable villano a convertirse en un vulgar payaso) y tres años después escribiría y dirigiría una nueva y original entrega, con la que, de alguna manera, salvó la honra de su creación. Y menos mal, porque denostar así a todo un personaje de culto debería ser ilegal.
La serie de Pesadilla en Elm Street iba cuesta abajo y sin frenos. Si la quinta parte ya resultó inferior a las anteriores, ésta llegó a tocar fondo. El argumento vuelve a indagar acerca de los orígenes de Freddy Krueger, cambiando con total desfachatez e impunidad partes de su pasado, como el motivo por el que comenzó a matar a los hijos de los habitantes de Elm Street.
El argumento nos sitúa en Springwood, localidad en la que sólo queda vivo un menor de edad (el resto, como podéis suponer, ha yacido a manos de Krueger). Freddy quiere valerse de ese chico para introducirse en las pesadillas de adolescentes de otros lugares y así continuar matando. Después se complica un poco con la aparición en escena de su propia hija (obviando por completo todo lo sucedido en la quinta, donde parecía tener un hijo) aunque al final todo se reduce a lo siguiente: chavalitos que se quedan dormidos con una facilidad pasmosa (ya no hay tensión por el hecho de intentar mantenerse despiertos, simplemente cierran los ojos a conveniencia del libreto) a los que Freddy atormenta, acosa e insulta de forma soez y poco original (sólo se salva una secuencia que tiene como protagonista al audífono de un chico que padece de sordera).
Se supone que el aspecto fuerte de la película eran los efectos especiales, con un último tramo en tres dimensiones (sí, ya existían antes de ahora) más irrisorio que otra cosa (el momento en que desde la película avisan al público de que debe usar las gafas para disfrutar del 3D es patético). Sin embargo, los efectos de sonido tipo dibujos animados hacen que uno jamás pueda tomarse en serio esta producción. De hecho, entre el sonido y la pandilla en furgoneta que trata de resolver un misterio sobrenatural, parece que estamos ante una versión grotesca de las aventuras de Scooby Doo en lugar de visionando una película de terror.
Atendiendo al título, la película parecía estar confeccionada como colofón al mítico Freddy Krueger. Incluso durante los títulos de crédito finales se homenajea a toda la saga con sus mejores y más impactantes imágenes. Sin embargo, Wes Craven debió de pensar que su gran creación no merecía un final tan esperpéntico (con el paso del tiempo Krueger había pasado de ser un formidable villano a convertirse en un vulgar payaso) y tres años después escribiría y dirigiría una nueva y original entrega, con la que, de alguna manera, salvó la honra de su creación. Y menos mal, porque denostar así a todo un personaje de culto debería ser ilegal.
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