Valoración:
Un grupo reducido de jóvenes lleva un maligno y peligroso objeto colgado del cuello, el cual afecta negativamente a su portador. Deben llevar a cabo una interminable marcha con el fin de destruirlo. ¿Estoy hablando de El señor de los anillos? Pues no. Acabo de contaros cerca del 90% de lo que ocurre en la penúltima entrega cinematográfica de las aventuras de Harry Potter, a la que sólo le ha faltado el pan de lembas para culminar un plagio escandaloso.
La película es una soberana tomadura de pelo, pero no por la continua sensación de ya visto con respecto a parte de la obra de Tolkien, sino por cómo unos productores ávidos de dinero han sabido aprovecharse de todos nosotros, dividiendo el último libro de J.K. Rowling en dos partes: una primera de transición en la que no sucede prácticamente nada y una segunda en la que nos contarán de qué va el libro (al menos así lo espero). O lo que es lo mismo: una forma tan deleznable como irrespetuosa con el gran público de ganar pasta.
Ya lo dije analizando las anteriores películas: el fichaje de David Yates corresponde a un realizador sin personalidad al servicio de los productores. Ellos ordenan y Yates cumple. Y claro, ahí está el bajón de calidad en una saga que contó con tres primeras buenas películas, firmadas por Chris Columbus (las dos primeras) y Alfonso Cuarón (la suya, El prisionero de Azkaban, es con mucho la mejor de toda la serie) seguidas por, de momento, cuatro auténticos desastres, de los que tres han sido dirigidos por el señor Yates.
El film es una auténtica tortura, similar a la que padecimos en The Road de John Hillcoat, con la diferencia de que aquella duraba tres cuartos de hora menos. Aquí son 146 minutos y apenas pasa nada. He mirado tanto el reloj que me atrevería a decir que, durante unas dos horas de ese tiempo, hemos visto a los tres protagonistas vagar por diferentes parajes, mientras montaban su tienda de campaña, se hacían té y tenían una bronca infantil. ¿Película de transición? Que no la hagan, porque para narrar la fábula de Las reliquias de la muerte (lo hacen en apenas un par de minutos) y contarnos los planes de Voldemort (como si no los supiéramos ya) no hacen falta casi dos horas y media.
¿Qué ocurre en el resto del film? Pues vamos a ver, siendo generosos vamos a concederle cerca de media hora, a la que hay que restar diez minutos en concepto de títulos de crédito. En ese espacio hemos visto un par de persecuciones (nada que ver, por cierto, con la fabulosa secuencia por autopista de Matrix 2), una infiltración con demasiadas licencias en el Ministerio de la Magia (me ha venido a la cabeza lo que hizo Tom Cruise para colarse en Pre-Crimen en Minority Report y me ha dado la risa por lo diametralmente opuesto del resultado), tonterías varias como, en el colmo de la estupidez, que Harry bucea con las gafas puestas y un combate final bastante descafeinado. Entenderéis, pues, el porqué de mi indignación.
Nota de archivo: Os dejo los enlaces por si alguien quiere revisar los análisis de las seis partes anteriores:
Harry Potter y la piedra filosofal
Harry Potter y la cámara secreta
Harry Potter y el prisionero de Azkaban
Harry Potter y el cáliz de fuego
Harry Potter y la orden del Fénix
Harry Potter y el misterio del príncipe
La película es una soberana tomadura de pelo, pero no por la continua sensación de ya visto con respecto a parte de la obra de Tolkien, sino por cómo unos productores ávidos de dinero han sabido aprovecharse de todos nosotros, dividiendo el último libro de J.K. Rowling en dos partes: una primera de transición en la que no sucede prácticamente nada y una segunda en la que nos contarán de qué va el libro (al menos así lo espero). O lo que es lo mismo: una forma tan deleznable como irrespetuosa con el gran público de ganar pasta.
Ya lo dije analizando las anteriores películas: el fichaje de David Yates corresponde a un realizador sin personalidad al servicio de los productores. Ellos ordenan y Yates cumple. Y claro, ahí está el bajón de calidad en una saga que contó con tres primeras buenas películas, firmadas por Chris Columbus (las dos primeras) y Alfonso Cuarón (la suya, El prisionero de Azkaban, es con mucho la mejor de toda la serie) seguidas por, de momento, cuatro auténticos desastres, de los que tres han sido dirigidos por el señor Yates.
El film es una auténtica tortura, similar a la que padecimos en The Road de John Hillcoat, con la diferencia de que aquella duraba tres cuartos de hora menos. Aquí son 146 minutos y apenas pasa nada. He mirado tanto el reloj que me atrevería a decir que, durante unas dos horas de ese tiempo, hemos visto a los tres protagonistas vagar por diferentes parajes, mientras montaban su tienda de campaña, se hacían té y tenían una bronca infantil. ¿Película de transición? Que no la hagan, porque para narrar la fábula de Las reliquias de la muerte (lo hacen en apenas un par de minutos) y contarnos los planes de Voldemort (como si no los supiéramos ya) no hacen falta casi dos horas y media.
¿Qué ocurre en el resto del film? Pues vamos a ver, siendo generosos vamos a concederle cerca de media hora, a la que hay que restar diez minutos en concepto de títulos de crédito. En ese espacio hemos visto un par de persecuciones (nada que ver, por cierto, con la fabulosa secuencia por autopista de Matrix 2), una infiltración con demasiadas licencias en el Ministerio de la Magia (me ha venido a la cabeza lo que hizo Tom Cruise para colarse en Pre-Crimen en Minority Report y me ha dado la risa por lo diametralmente opuesto del resultado), tonterías varias como, en el colmo de la estupidez, que Harry bucea con las gafas puestas y un combate final bastante descafeinado. Entenderéis, pues, el porqué de mi indignación.
Nota de archivo: Os dejo los enlaces por si alguien quiere revisar los análisis de las seis partes anteriores:
Harry Potter y la piedra filosofal
Harry Potter y la cámara secreta
Harry Potter y el prisionero de Azkaban
Harry Potter y el cáliz de fuego
Harry Potter y la orden del Fénix
Harry Potter y el misterio del príncipe
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