Valoración:
John G. Avildsen decidió exprimir al máximo el éxito cosechado por Karate Kid con esta tercera parte, la cual directamente no aporta absolutamente nada, ni a la historia, ni al género.
Es increíble que una saga basada en el karate, tan mal coreografiada, alcanzase tanta repercusión. Lo normal es que en las películas de artes marciales (independientemente de la modalidad que se practique) el protagonista sea todo un especialista: Bruce Lee, Steven Seagal, Jet Li, Wesley Snipes, Chuck Norris o Jason Statham serían ejemplos de buenos protagonistas para este tipo de películas, pero ¿Ralph Macchio? Reconozco que en el film original, tenía su razón de ser que el muchacho no fuese especialmente hábil en el combate cuerpo a cuerpo, pero ya son tres películas, así que a estas alturas debería desenvolverse con mayor soltura.
La primera parte tuvo su gracia por aquello de que un adolescente, perseguido por los matones de turno, acabó sobreponiéndose a su miedo y plantándoles cara. Además la extraña pareja formada por un chico excesivamente nervioso e impaciente y un experimentado maestro de karate de Okinawa, demostró poseer bastante química. En la segunda (que ya para mí sobraba) se trata de profundizar en la vida del anciano profesor Miyagi, ambientando la acción en su localidad natal. Pero, esta tercera, ¿a qué viene? No es más que algo totalmente repetitivo, como si la segunda parte no hubiera existido, enlazando la historia con el final del primer film.
A diferencia de la segunda parte, aquí los personajes no sufren ninguna evolución. Daniel Larusso vuelve al parloteo, al nerviosismo y a los miedos de la primera, como si todo su entrenamiento no hubiese valido nada en concepto de disciplina y autocontrol.
El relato es, pues, un torpe calco del primer Karate Kid y en los combates se vuelve a notar demasiado que Avildsen fue director de Rocky, no por la espectacularidad (todo el film adolece de ella) sino por los giros imposibles que toman.
Karate Kid fue una película que, como ya he dicho, tuvo su gracia. ¡Qué pena que no lo hubieran dejado ahí!
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