Valoración:
Algunas películas versan sobre ciertos asuntos que a uno, de entrada, no le seducen demasiado. Para alguien como yo, que no otorga al famoso Facebook la misma importancia que otras personas (prefiero charlar con mis amigos frente a una buena cerveza que hacerlo tras la pantalla de un ordenador) el argumento de La red social no me atraía demasiado. Sin embargo salió mi vena cinéfila. Y es que un guión de Aaron Sorkin (creador de la genial El ala oeste de la Casa Blanca) dirigido por todo un maestro como David Fincher, indefectiblemente tiene que ser algo digno de verse.
La evolución de Fincher en la realización ha sido fulgurante. Si bien no estuvo muy afortunado con Alien 3, alcanzó el reconocimiento con fabulosos thrillers como la asfixiante Seven, la adrenalítica The game o la original y polémica El club de la lucha. Con Zodiac comenzó a cambiar de estilo, narrando con sobriedad la historia real en la que se basó el mítico Don Siegel para filmar Harry el sucio, demostrando una gran pericia para narrar una complicadísima historia de investigación policial. Luego revolucionó el género fantástico con El curioso caso de Benjamin Button y ahora nos maravilla con este imponente retrato sobre el creador de Facebook. Es innegable, pues, que estamos ante uno de los más solventes y polifacéticos cineastas del momento.
El argumento narra la vida de Marc Zuckerberg a través de flashbacks perfectamente insertados, mientras se celebra un careo entre sus abogados y los de sus demandantes. La ironía es un punto clave en su desarrollo, ya que el genio que se enriqueció con la mayor red social del mundo, en realidad es un tipo solitario y aislado emocionalmente, un auténtico friki que no ha sabido cuidar al único amigo que tenía.
La película es un compendio de sentimientos, un estudio psicológico del protagonista. Hablamos de un genio informático que comenzó su famosa carrera a causa del odio y el resentimiento generados por el desplante de una chica. Además comprobaremos las envidias generadas en universidades de prestigio como Harvard ante el éxito rápido, el oportunismo de ciertos parásitos sociales que saben reconocer dónde se puede sacar tajada y la amargura y tristeza de quien se siente traicionado. La habilidad de Fincher para plasmar todo esto en imágenes e introducir al espectador de lleno en la historia es deslumbrante.
Sobre el montaje, diré que me recuerda mucho a Zodiac. No es tan complicado como aquél, pero funciona exactamente igual de bien: como un reloj. Y sobre los efectos especiales... ¡Sorpresa! Apenas hay. ¿Qué se demuestra aquí? Que una gran película se consigue con una buena historia, la profundidad con que ésta es narrada, la habilidad para rodarla (decir que Fincher es un virtuoso de la cámara y la puesta en escena no es descubrir nada nuevo) y la capacidad de los actores para meterse en el papel. Los efectos visuales siempre gustan, pero no pasan de ser un adorno, un elemento decorativo del que Fincher, aquí, decide prescindir.
Por último, ya que mencionamos a los intérpretes, destacaré a tres por su importancia en el relato: Jesse Eisenberg (Bienvenidos a Zombieland) interpreta de forma creíble y solvente al genio protagonista, con todas las dificultades que entraña su tortuoso y particular carácter; Andrew Garfield (El imaginario del doctor Parnassus) refleja la amargura del amigo herido y sacrificado; el tercero es el cantante Justin Timberlake, que representa al diablo en forma de atractiva tentación, confiriendo al conjunto cierto toque de tragedia clásica adaptada al siglo XXI.
Se mire por donde uno quiera, una película redonda de principio a fin. En la edición número 81 de los Oscar, Fincher perdió injustamente con su Benjamin Button, ante una mediocre y sobrevalorada tomadura de pelo titulada Slumdog Millionaire. ¿Será recompensado por aquello en la próxima edición de estos premios? Sólo el tiempo lo dirá.
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